Como la canción de Gabinete Caligari no hay nada como "El calor del amor en un bar" aquí  os dejo unas cuantas imágenes de lugares donde se cerraron negocios, hicieron amigos y amores. Lugares que algunos de nosotros conocimos y que alguna vez nombramos.


 

Aquellos templos de la tertulia larga

LA TRIBUNA A.M. - domingo, 22 de marzo de 2015

 

La Real Academia de la Lengua las define como «establecimiento público, de carácter popular, donde se sirven y expenden bebidas y, a veces, se sirven comidas». Pero las tabernas de barrio eran mucho más que un bar al que acudir, de vez en cuando, a tomar un refresco. En pleno siglo XX, las tabernas de Albacete eran los centros sociales por excelencia, el lugar donde hablar de todo lo que acontecía en la ciudad:fútbol, toros, política, cotilleos... Fueron -especialmente las de la calle Tejares- locales donde los jóvenes despertaban a la vida social.
Antes de que la pala especuladora acabara con estas cajas fuertes de la historia de barrio, las tabernas pusieron de moda el término chatear, cuyo significado actual difiere bastante del original.
En estos bares y tabernas nació la tapa, una definición que viene de la costumbre antigua de tapar las copas y vasos de vino en las tabernas y mesones con un trozo de pan o con una rebanada de jamón, para impedir que entrasen moscas y mosquitos o que se depositase polvo en el interior.
La historia de las tascas y tabernas de Albacete que ni se trasladaron de lugar ni se reformaron con los años concluyó recientemente con el cierre del Vidal, en la calle del Muelle.
La jubilación de sus propietarias supuso un nuevo varapalo para los amantes del garbanzo torrao, el altramuz, los higos con cazalla, las habas crudas, los michirones, el bacalao rebozao o las patas de cerdo, aperitivos tradicionales durante muchos años de estos bares.
Es verdad que todavía hoy se puede disfrutar de La Higuerica, prácticamente en la misma ubicación de antaño pero en un nuevo edificio, así como de la Bodega de Serapio, quizá la única que conserva su arquitectura original, eso sí, también reformada; y Vinos El Gordo -en la calle Virgen de las Maravillas-, que tampoco mantiene su estructura originaria.
ACUARELAS TABERNERAS. Para hacerse una idea de lo que fue Albacete y sus tabernas, basta con acudir al ambigú de la sala alternativa EA! Teatro, donde Pedro Flores tiene colgada una exposición de acuarelas titulada Tabernas, bares y otros lugares, donde ha recogido algunas de estas bodegas, desde el Bar López, de mediados del siglo XX, ubicado en la confluencia de las calles Baños y Feria, hasta Vinos La Solera, una simple bodega a donde se acudía a  por una cuartilla de vino y medio litro de vinagre.
Los Corales, en pleno corazón de la Plaza Mayor, el Bar Arturo, en la calle Joaquín Quijada esquina con Doctor Ferrán, Casa Juan, La Confitería, El Pelibayo o el Monterrey ya suenan a chino a estos jóvenes de hoy que rozan la treintena y que nunca conocieron en su ciudad -quizá solo por fuera- lo que se cocía, se cocinaba, se bebía y se conversaba en estos lugares de culto para la sociedad albacetense de clase media y baja del siglo XX.
Dejar impresas en acuarela para los anales de la historia las fachadas y algunos interiores de estas tascas surgió el pasado año en La Bodega de Serapio. Repuesta y ampliada la colección, Pedro Flores presenta en EA! Teatro un conjunto de 24 acuarelas donde prima, por encima de todo, el dibujo y una excelente técnica, precisa y muy realista, acertadamente tratada por el color y el blanco y negro. Lejos de quedarse en este recuerdo plástico tan emblemático, la sala ha celebrado unas Jornadas Tabernarias en las que se ha representado un microteatro escrito por Frutos Soriano y una serie de poemas.
Si hay un testimonio ejemplar que recoge la historia de las antiguas tabernas de Albacete que resistieron hasta finales de siglo es el libro que en el año 2000 publicó el periodista Francisco Gutiérrez Alarcón, Las viejas tabernas de Albacete (Paseo por la ciudad, en 1977), prologado por el también periodista Miguel Nieto. Un total de 21 tabernas con las que Alarcón no sólo desveló que un día existieron, sino que puso negro sobre blanco la historia de una ciudad vencida por el hambre de la postguerra y la especulación urbanística de la primera época democrática: «Albacete se quedó sin sus viejas tabernas, aquellos lugares de encuentro y relación con el fuerte aroma del vino rancio y el humo de leña vieja pegado a las paredes (...) En las calles del viejo Albacete, las tascas se fueron muriendo, una a una, con los últimos vestigios de algo entrañable, y se muere un poco ese mentidero querido y ya a reloj parado, de la tertulia larga y el vino compartido. Si alguna calle del viejo Albacete tuviera que adjudicarse la calificación de ser la más tabernaria de esta ciudad, esa habría sido, sin duda, la calle Tejares», donde, en un pequeño tramo de calle, se concentraban nada más y nada menos que nueve bodegas, según escribe Gutiérrez Alarcón.
Algunos de estos bares visitados por el periodista albacetense han sido recogidos por Pedro Flores en sus acuarelas. La Solera es buen ejemplo de ello. Bodega fundada en 1948 ubicada en plena calle Tejares, vendía el litro de jerez a 35 pesetas. El libro también recoge la historia de Bar Casa López, en la calle de los Baños, «el rey de las cabezas asadas», lo calificaba en 1977 Francisco Gutiérrez. Una taberna que se enriquecía con los mataeros que llevaba a cabo la familia y que servían para la cocina de una casa de comidas que se hizo famosa en toda la provincia de Albacete.
De la taberna El Pelibayo, la publicación editada por la Diputación Provincial la califica como «el paraíso de los jugadores de bochas» y recuerda sus cebollas secas y su vino de La Roda:«Aislamiento y tranquilidad, al pie de las huertas, de espaldas al bullicio de la Feria», relataba Alarcón. Como cabe imaginar, El Pelibayo se encontraba en pleno corazón del barrio de San Pablo, conocido por entonces como el barrio de la Lonja.
Otros bares muy reconocidos en Albacete, que llegaron como pudieron hasta la década de los 80, fueron Casa Maqueda y Casa Segundo, los famosos Caracoles de la calle Tejares o El Tocino de la calle Huertas. El Bar Ruiseñor en el barrio de La Vereda, El Ventorro de la Mala Noche y ElPatio Andaluz, engulleron relatos entre chatos y tapas que han quedado para el patrimonio histórico de una ciudad que tenía ansia por crecer y desarrollarse, sin valorar todo lo que perdía.
LA HIGUERICA Y EL VIDAL.  En estos relatos de la Transición, Francisco Gutiérrez Alarcón también se pasea por La Higuerica, una taberna que nació el mismo año de la Revolución Rusa, cuyo tronco de una higuera, por la cual adquirió su nombre, presidía la barra de ladrillos y yeso. Consiguió convertirse en una de las tabernas más típicas de la ciudad y curioso fueron los nombres que ponían a sus tapas:Atlético de Bilbao -bacalao con pimientos rojos-; pajaritos fritos -alcachofas cortadas con gracia y fritas en buen aceite de oliva- o angulas -patatas fritas alargadas, muy finas de corte.
No se olvida esta publicación de citar, muy por encima, Casa Juan, famoso por sus calamares a la romana y su surtido de bocadillos. Lo curioso de Casa Juan es que resistió hasta los albores del siglo XXI, logrando hacerse con una clientela mucho más joven.
Y por supuesto El Vidal, último vestigio de este tipo de tabernas, hoy todavía en pie, pero cerrada al público. Una de las tabernas con más solera de la ciudad, sus propietarias lograron hacerse con una clientela fiel y fija que buscaban sus tradicionales calamares y caracoles, así como sus popularísimos higos en hidromiel, mojados en finos vasos de cazalla que al final había que beber.
En su libro, Alarcón no se olvida de otras tascas también añejas como El Gordo, todavía hoy dando servicio pero en un local renovado, aunque no ha perdido su clientela ni sus michirones y almendras.
Otro que ha resurgió de sus cenizas, tras años cerrado, ha sido La Bodega de Serapio, fundada en 1892 para elaborar vino, hoy para venderlo al por mayor y al detalle.